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09 julio 2022

MIEDO.

 

Enlazando con la entrada anterior, que trataba sobre el Poder, o los poderes del mundo, por ser más exacto, y, en este caso, sin partir de ninguna frase o sentencia ad hoc, se me ocurre que una de las primordiales estrategias de quienes mueven los hilos es conseguir que nos creamos, sino eternos, sí en posesión de más tiempo del que realmente disponemos.  La vida, nuestro periplo vital, es breve, casi un soplo una vez que se contempla desde los últimos tramos del camino.  Pero, en nuestros días, los avances demográficos relativos al sustancioso incremento de la esperanza de vida, han conseguido que nuestras expectativas de futuro, una vez que alcanzamos la edad adulta, sean mucho más amplias que las de nuestros antepasados preindustriales.  A ellos les ofrecían la vida eterna en el más allá como trampantojo para inducir miedo a condenar su alma; parece que a nosotros nos venden esa vida eterna, aquí mismo, antes del óbito, y lo hacen para que temamos castigar el cuerpo que nos cobija y lo cuidemos sin disipar nunca la aprensión.  Y es ese el rasgo común entre la religión de ayer y la nueva religión laica de hoy.  Porque hombres y mujeres sin temor, lúcidos, conscientes de lo efímero del tiempo, suponen un peligro para sus amos.  El poder se alimenta del pavor.

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