MIEDO.
Enlazando con la entrada
anterior, que trataba sobre el Poder, o los poderes del mundo, por ser más
exacto, y, en este caso, sin partir de ninguna frase o sentencia ad hoc, se me
ocurre que una de las primordiales estrategias de quienes mueven los hilos es
conseguir que nos creamos, sino eternos, sí en posesión de más tiempo del que
realmente disponemos. La vida, nuestro
periplo vital, es breve, casi un soplo una vez que se contempla desde los
últimos tramos del camino. Pero, en
nuestros días, los avances demográficos relativos al sustancioso incremento de
la esperanza de vida, han conseguido que nuestras expectativas de futuro, una
vez que alcanzamos la edad adulta, sean mucho más amplias que las de nuestros
antepasados preindustriales. A ellos les
ofrecían la vida eterna en el más allá como trampantojo para inducir miedo a
condenar su alma; parece que a nosotros nos venden esa vida eterna, aquí mismo,
antes del óbito, y lo hacen para que temamos castigar el cuerpo que nos cobija
y lo cuidemos sin disipar nunca la aprensión.
Y es ese el rasgo común entre la religión de ayer y la nueva religión
laica de hoy. Porque hombres y mujeres
sin temor, lúcidos, conscientes de lo efímero del tiempo, suponen un peligro
para sus amos. El poder se alimenta del pavor.
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