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09 enero 2022

ADJETIVOS.

 

Los adjetivos, o más bien la adjetivación como praxis deliberada, son la antesala del peligro, sino el peligro mismo.   Es tarea ardua, y sólo  concebible a la manera de idea límite, pretender escribir, o expresarse, sin ellos, tal y como aspiraba Escohotado.  Y entiendo la pretensión de Don Antonio, pues nunca hay nada de malo en el verbo y en el sustantivo, pero el adjetivo es el arma de todo tirano, religioso o laico.  Verbigracia:  es concisa, y hasta henchida de belleza, la voz “democracia”, pero si le añadimos según qué epítetos ( “orgánica”, “popular”, “real”, “directa”…) su semántica se ve desgarrada y se convierte en  reverso de si misma.  Lo mismo sirve para vocablos como asesinato o violencia, a los que los calificativos anejos denigran y convierten en recurso para imponernos algún yugo.  El lenguaje, y el nombre de los entes, nunca es baladí, sino más bien su pura esencia.  Si desistimos de preservar  el significado de los conceptos, lo demás está servido, pues ya nada podremos hacer para librarnos de sus manipuladores.  Me refiero a los liberticidas, cada vez más numerosos en acción u omisión. No olvidemos que “Dios (o el azar) ayuda a los malos cuando son más que los buenos”.

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