HISTORIOGRAFÍA.
Se presume que la
Historiografía, tarea de historiadores y,
al margen de su función tradicional de propaganda nacional, interés de
muchos, debería ser antídoto frente al
radicalismo y vacuna para el virus de lo totalitario. Pero no.
El buceo en el pasado, la reflexión sobre el mismo, no parecen conducir
siempre al relativismo, tanto moral como político. Más bien suelen servir de impulso para el
dogmatismo y de procedimiento no para recrear el pasado, sino para inventarlo, de cara a su uso como arma arrojadiza y
fuente de tensiones, con el objetivo último de fiscalizar el futuro. No se entrevé que importe, en realidad, lo que aconteció, sino su lectura desde el
presente en forma de “posverdad”, por usar una expresión que resulte
edulcorante respecto a las intenciones de los historicidas. Estos actúan
mediante el mecanismo de la simplificación y del hincapié en determinados
períodos, a partir de lo cual producen conceptos como la “memoria histórica”,
lo más alejado del estudio historiográfico que se pueda imaginar, pues este
parte de presupuestos inductivos, mientras aquella es deductiva en el sentido
de arrancar siempre de una verdad revelada; uno quiere saber y la otra se crea
para imponer una verdad de laboratorio.
Una pena
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