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02 junio 2021

HISTORIOGRAFÍA.

 Se presume que la Historiografía, tarea de historiadores y,  al margen de su función tradicional de propaganda nacional, interés de muchos,  debería ser antídoto frente al radicalismo y vacuna para el virus de lo totalitario.  Pero no.  El buceo en el pasado, la reflexión sobre el mismo, no parecen conducir siempre al relativismo, tanto moral como político.  Más bien suelen servir de impulso para el dogmatismo y de procedimiento no para recrear el pasado, sino  para inventarlo,  de cara a su uso como arma arrojadiza y fuente de tensiones, con el objetivo último de fiscalizar el futuro.  No se entrevé que importe, en realidad,  lo que aconteció, sino su lectura desde el presente en forma de “posverdad”, por usar una expresión que resulte edulcorante respecto a las intenciones de los historicidas. Estos actúan mediante el mecanismo de la simplificación y del hincapié en determinados períodos, a partir de lo cual producen conceptos como la “memoria histórica”, lo más alejado del estudio historiográfico que se pueda imaginar, pues este parte de presupuestos inductivos, mientras aquella es deductiva en el sentido de arrancar siempre de una verdad revelada; uno quiere saber y la otra se crea para imponer una verdad de laboratorio.  Una pena

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