Vistas de página en total

25 enero 2012

MIEDO

El miedo.  Uno de los dispositivos humanos más probado.  Forma parte del instinto de conservación (tal vez suscitado por la necesidad de alerta frente a los depredadores) y, cuando brota, concentra toda nuestra atención sobre ese foco.  Es, por ello, un vigoroso agente de influencia sobre la conducta de los individuos y de las masas.  El Poder, desde luego, lo ha esgrimido desde siempre: miedo a la muerte, a la tortura, al destierro, al infierno, en una palabra, miedo.  Pongamos como ejemplo el “milenarismo” medieval, redimido, en nuestros tiempos, por las distintos credos catastrofistas y agoreros que nos anuncian un futuro desolador si no hacemos caso de sus proclamas políticas, sociales o ambientales, siendo paradigma de ello el milenarismo ecológico o climático. En relación con todo ello,  y en los últimos tiempos, el Poder, con mayúscula, se está sirviendo de ese resorte con maestría.  Ya no se trata del miedo a la persecución, al potro o la mazmorra, ni siquiera de un vago temor a la condenación eterna, sino de pavor al futuro más inmediato, concreto y matérico.  Ese miedo nos estanca y nos hace aceptar cualquier mudanza o reforma como mal menor respecto al “Gran Mal” económico y financiero que se advierte.  Precedido el intento por algunos tanteos previos (gripes varias, catástrofe ambiental), se concreta ahora en la hecatombe de nuestra forma de vida y de nuestro nivel de vida.  Ante tal perspectiva, y poco a poco, en una suerte de “síndrome de Estocolmo”, vamos anhelando una salvación de ese destino aunque sea a base de renuncias, de asentir a cualquier clase de reforma o de recorte.  El método es viejo, y redivivo en el presente.  Que cada cual juzgue.

No hay comentarios: