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11 agosto 2007

PEREGRINOS.

Franquea mi domicilio un ramal del Camino de Santiago, el que se desvía desde León hasta Oviedo (“quien va a San Isidoro,y no a San Salvador, visita al criado y no al Señor”, dicen que decía el dicho). Es el camino cantábrico y marginal. Mientras desayuno, observo desde la ventana a parejas o grupos de peregrinos que, con su atavío inconfundible y sus mochilas, se detienen un poco para indagar una de las señales que orientan su periplo. Pasan por este rincón ovetense durante todo el año. Pero en verano es como una romería. Los veo aproximarse, dudar bajo mi ventana y, después de tomar el camino correcto, perderse entre los edificios. Siguen una ruta inmemorial, anterior al hallazgo del asceta Pelagio en tiempos de Alfonso II, y tal vez anterior al propio cristianismo. Buscan llegar a Santiago, o a Finisterre, o se trata de un simple viaje por dentro de ellos mismos. No lo sé. Pero que suerte la mía: los veo mientras desayuno.

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