“La
desobediencia es la virtud original del hombre. Mediante la desobediencia y la
rebelión se ha realizado el progreso.”
OSCAR WILDE.
Hago mía la aserción de Oscar
Wilde. Nada más vil que la irracional
sumisión a las normas, que son expresión
del sentido común ( Gramsci dixit ) de cada época. No afirmo con ello la
plausibilidad de una rebeldía constante
y automática, pero sí reivindico la necesidad de un sentido crítico opuesto al
Poder, al real, no al aparente, de cada
momento histórico. Y, en consecuencia,
reclamo una desobediencia basada en el escepticismo más que en la fe, pues si
se fundamenta en la última no es sino anticipo de subordinaciones futuras y tal
vez más necias que las actuales. Debemos
desobedecer con cabeza y raciocinio,
huyendo de la obediencia automática, que acaba siendo fruto del condicionamiento
pauloviano. Nadie más obediente que
Eichmann (Hanna Arendt lo supo y lo describió con maestría), funcionario
ejemplar en su contexto. En el nuestro,
usemos la racionalidad para huir de la asunción de cualquier cosa en aras de la
jerarquía, que ya no es militar, pero lo es moral; y como tal, indolora, tal
vez asintomática y, por ende, llena de peligros.
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