Aplausos. Se aplaude más
que nunca. En los sepelios, verbigracia, va en aumento el modo de la ovación, ignoro si festejando la suerte del finado o el
hecho, feliz para cada concurrente, de seguir vivo y coleando; de todos los encomios de hoy,
es ese el que me resulta más chocante. Y, últimamente, se aplaude en los
balcones, vigilando a veces de reojo a los que no baten palmas, en un ejercicio
tal vez de ánimo o de manténgase prietas las filas frente al enemigo exterior,
travestido ahora de ataque vírico, y, como siempre, pretexto para cercenar
nuestras libertades con el apoyo de los idiotas de Cipolla.
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