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04 mayo 2018

NATURALEZA


Cuando regresa de un día de ruta por espacios naturales, bosques o caminos forestales, siente el homo urbano el relax que le genera el extrañamiento de su orbe artificial y humanizado.  Somos seres de lejanías (creo que ya lo afirmó Heidegger) y nos placen los universos distintos y distantes.  Tal vez por ello elaboramos un concepto de Naturaleza, con mayúscula, como entidad sustantiva y metafísica.  De ahí al conservacionismo extremo de todo lo "natural", hay un paso; se trata, en el fondo, de conservar la obra de Dios, pues tal vez ello derive del panteísmo bajo-medieval y tomista, un nutriente esencial, y originario, del ecologismo, entendido como religión de nuestros días.  En ese panteísmo, el ser humano parece no ser nada, una simple anécdota contingente en el devenir de los eones.  Y, claro, ¿quién es ese ser humano para influir en la Naturaleza  y decidir sobre ella?  Salvo que ese humano sea ecologista y partidario del conservacionismo, en cuyo caso sí puede erigirse en salvador del ecosistema.  De este modo, entramos en un fenómeno ya viejo: la división entre los poseedores de la verdad y el resto, o sea, el supremacismo en su vertiente ideológica.

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