Somos lo que recordamos y también, asimismo, lo que otros
observan en nosotros subsistiendo en su memoria. Nuestros recuerdos mueren con nosotros, como muere un trocito, mayor o menor, de
aquellos que pasaron, en algún momento, por nuestras vidas. Y fenece una parte de nosotros cuando abandona
este mundo alguien que nos conoció en algún momento. Eso es la memoria: un banco de datos
individual, e intransferible, pasado por el tamiz de las emociones y los
prejuicios. No existe, creo yo, la
memoria colectiva ni nada que se le asemeje; no confundamos la memoria con los
anales o con la labor de los historiadores.
Tampoco existe, por tanto, la memoria histórica. Está, por un lado, la Historiografía, como
reconstrucción y análisis más o menos parcial, y, por otro, las series de
datos. Pero memoria, no; la misma es
personal e indivisa, como fruto de sinapsis, procesos cerebrales y descargas
emocionales en el interior de cada sujeto.
No pretendamos mezclar el recuerdo de lo vivido que, aunque respetable,
es siempre incompleto y subjetivo, con ninguna suerte de categorización a la
que se añada el adjetivo "histórico".
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