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20 octubre 2017

TOTALITARISMO. UNA CLAVE.

Hannah Arendt indagó, en profundidad, el fenómeno del totalitarismo.  Lo hizo con las cenizas de la segunda gran posguerra aún calientes.  Definió el concepto, lo acotó y buscó sus diferencias con otros fenómenos similares,  aunque distintos.  Escribió con muchos matices, con fina sutiliza argumental.  En "Los orígenes del totalitarismo", cita, en un momento dado, a Himmler, el jerarca nazi, atribuyéndole algunas aseveraciones sobre los seguidores del NSDAP; entre ellas, cabe destacar la referida a la falta de interés de esos acólitos hacia los problemas cotidianos y sus soluciones, ya que, según Himmler, sus inquietudes serían  ideológicas, de siglos además y no momentáneas.  Tal vez resida en ello uno de los rasgos de la ensoñación totalitaria, no muy distinta, sea cual sea su orientación aparente, del fanatismo religioso,  en una especie de trascendencia que iría más allá de la cotidianidad y de sus cuitas diarias.  Los totalitarismos se agitan así, empezando por esas masas enfervorizadas que, henchidas de pasión, aborrecen lo presente en pos de un futuro de nirvana.  Por eso nunca se les va a persuadir con argumentos prácticos, de índole económica,  o apelando a el asunto de los intereses.  Si no se entiende así, nada se ha entendido.

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