En la añeja Filosofía, era la memoria una de las facultades del Alma, un dispositivo esencial de nuestro ser individual. Somos porque nos acordamos. Se trata, por tanto, de un componente personal; no existe la memoria colectiva, salvo que pensemos en el inconsciente de Jung, que se nutre sobre todo de arquetipos y no de recuerdos concretos e individuados. Así pues, el pretérito colectivo es objeto de la Historiografía y no de la remembranza propia de cada uno. Los historiadores pretenden reconstruir el pasado, revelarlo, hacerlo inteligible y ayudar de ese modo a la comprensión del presente. Esa es la única memoria histórica, como metáfora del quehacer de los historiadores. Si nos vamos a los tribunales y a los jueces, se trata ya a la sazón de otra cosa, una conversión en sustancia de uso jurídico de mitos, propagandas y metarrelatos. La Historia, el pasado, fue como fue y no como hubiéramos querido que fuese. Para otros afanes, apliquemos otras locuciones. El sectarismo sólo propaga sectarismo, incluso entre los tibios.
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