Larga es ya la historia de eso que hemos dado en llamar Estado Providencia. Se trata de ese tipo de Estado que ansía cubrir nuestras necesidades y auxiliarnos en el camino hacia el bienestar. No brotó tanto de la vía revolucionaria o bolchevique, en sus distintos avatares, como de la vía menchevique plasmada más tarde en el New Deal de Roosevel y en las fórmulas keynesianas que configuraron el neocapitalismo ulterior a la Segunda Guerra Mundial. Y en eso estamos. Tras dos o tres décadas de crítica liberal al intervencionismo socialdemócrata y sus secuelas deficitarias e inflacionistas, ha bastado una implosión bancaria y financiera para que la incubación de déficit ya no sea tan perversa, y para que se insufle dinero líquido y estatal en las tuberías sedientas de las finanzas planetarias. Suelen decir los franceses: à la guerre comme à la guerre. Y así se lo han tomado nuestros gestores. Aunque tal vez no exterioricen toda la verdad sobre el calado de la crisis e, incluso, sobre sus causas. Puede ser asimismo que, bajo todo este lío, vivan objetivos velados de idiosincrasia conspiratoria. Sólo la esclavitud es gratis.
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