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07 marzo 2019

GÉNERO.


Empieza a espantar el asunto del denominado "género".  No por la cosa en sí, pues a nadie con un mínimo sentido común le puede parecer mal la reivindicación de la igualdad de sexos; se trata, más bien, del empeño que todas las esferas y centros de poder ponen para irradiar la cuestión y difundirla en todos los sentidos y con todos los recursos a su alcance, hasta el punto de que no parece que se trate de nivelar los derechos de hombres y mujeres, sino que ello sirve de pretexto para otros objetivos que tal vez ni imaginamos. Lo que sí asoma es el determinismo subyacente, el planteamiento del género como algo independiente de nuestra voluntad, que nos trasciende y forja nuestra psicología,  nuestra actitud e incluso nuestra índole moral.  Así ocurrió con la Raza en otro tiempo, cuando se medían cráneos y, al socaire de la Antropología entonces naciente ( tanto la Física, como la Cultural), se trocaba en lógica inapelable la dependencia del individuos, en cuanto a rasgos psíquicos y demás, de su raza.  Como la cosa acabo mal, y el concepto de raza quedó desprestigiado, se volvió más tarde a la carga con la noción de Cultura.  Y, ahora, el Género como idiosincrasia biológica y mental que nos condiciona de manera casi absoluta.  Y se desparrama ello desde el Poder, en una extraña revolución desde arriba ( ¿alguien recuerda aquello del paternalismo patronal?) , que genera pavor en cualquiera con un mínimo sentido crítico.    Nunca las cosas son lo que parecen y menos en estos tiempos de barullo conceptual y mudanza gnoseológica.

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