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11 junio 2011

INDIGNADOS.

Entre otras cosas, la Democracia, al menos la democracia real y palpable, no adjetivada,  la que Gustavo Bueno denomina como realmente existente, es, entre otras cosas, representatividad.  Ello supone que la soberanía, expresada a través del sufragio, se enuncia institucionalmente mediante los representantes elegidos en un marco de pluralismo o pluripartidismo.  Cualquier alternativa a este sistema, el peor de los sistemas  exceptuando a todos los demás, como se atribuye a Churchill, ha devenido siempre, hasta el presente, en totalitarismo.  El fascismo, verbigracia,  se exteriorizó como superación de la débil democracia liberal y de la partitocracia;  el propio Primo de Rivera, en la España de los años veinte, justificó su golpe de Estado como acción contra los profesionales de la política.  Para el marxismo-leninismo, y para el maoísmo o el trotskismo, la democracia formal o burguesa debería ser sustituida por la verdadera democracia, la del partido único y la dictadura del proletariado.  A partir de todo ello, es difícil encajar el actual movimiento de los indignados, que toma el nombre de un librito lleno de lugares comunes y que sigue la estructura de los libelos decimonónicos, fuera de una pura deriva antidemocrática.  La concentración en lugares públicos de ciudadanos que únicamente se representan a sí mismos, pues la verdadera representación es la de las urnas (expresada recientemente), no tiene más relevancia que  otra congregación de ciudadanos enfadados por algo concreto:  el aborto, una ley laboral, etc.  Además, el apoliticismo o transversalismo que parecen denotar nos recuerda más al corporativismo social de los sistemas fascistas y/o autoritarios que a un verdadero intento de regeneración democrática.

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