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11 mayo 2006

SABIDURÍA

Cuando un sabio apunta al cielo, los imbéciles miran al dedo. Vieja expresión. Hoy no se hallan sabios, sino expertos. Y estos, por esas cosas del metalenguaje, se ocupan sobre todo de su propio dedo. Más efluyentes que influyentes, peritos en su ámbito, comprimen su campo de visión para ganar profundidad, pero dilapidan la apreciación del conjunto. La sabiduría requiere del conocimiento, pero éste, por sí solo, no abona aquella. El sabio lo es por su actitud más que por su aptitud. Pero corren malos tiempos para alcanzar ese don. Tiempos de abdicación y de lugares comunes, de pigricia intelectual, marcados por la falta de un auténtico escepticismo. Erramos, impasibles, por este firmamento de falacias que habitamos y va mermándose nuestro sentido crítico. Ya no podemos codiciar la gracia de ser sabios. Debemos satisfacernos con estar al corriente de que la sabiduría existe.

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