La
idea, en boga desde la Ilustración, de
que estamos concebidos para ser felices, parece una noción como mínimo inocua
y, si nos ponemos, verdadera. Esa
concepción fue tachada de lamentable por Alexander Solzhenitsyn; se derrumba, según afirmó él, con el “primer
golpe de barrote del carcelero”. Entendía de eso el ruso, que sufrió el
Gulag y lo contó, con gran desazón de los, por entonces, palmeros intelectuales
de Occidente, adictos a la tiranía comunista soviética. Comparto la visión del exconvicto. Voy comprendiendo que resulta peligroso
pensar en la felicidad como objetivo individual, y colectivo, de nuestra
existencia. Siempre los refractarios a
la libertad vivirán atentos a diseñar nuestro bienestar, físico y mental, sin
contar con nosotros, a nuestro pesar incluso, y con el beneplácito del agitprop
imaginariamente progresista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario