Pregonaba
Nietzsche la muerte de Dios, tal vez queriendo referirse, más bien, a la moral
cristiana. Y se inquietaba, en algún
escrito, por los credos que habrían de suplir a la fe originaria. En relación
con ello, sentenció Chesterton aquello de que, cuando se deja de creer en
Dios, se cree en cualquier cosa. Ninguno de los dos iba descaminado,
ataviado de Filosofía uno, henchido de cinismo lúcido y humorístico el
otro. No tardó mucho en revelarse lo
pertinente de esas cuitas: los años
treinta lo atestiguan. En el presente,
corren asimismo vientos de relativismo religioso (en nuestro ámbito), pero de
progresivo absolutismo político, con una nueva moral en ciernes, alumbrada en
nuevos ámbitos como el género o el medio ambiente. Puede que Dios hay muerto, pero otras
deidades lo suplen. Malicio que no van a ser menos severas ni menos nocivas
para el albedrío de cada cual.
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