“Para los que no
tenemos creencias, la democracia es nuestra religión.”
PAUL AUSTER
Me
identifico con Auster, aunque no sea literato por el que sienta predilección,
tal vez porque te atrapa al leerlo, pero no deja nada después, ni un mínimo
poso. Pero aquí, en esta sentencia, da
en el clavo. Y presumo que se refiere a
la democracia real, no a esa Democracia metafísica, o ideal, a la que suele loar todo liberticida que se precie. Los que no tenemos grandes credos, ni
acometemos la salvación del orbe, o de cada uno de sus moradores, amamos esa
democracia, entendida como pluralismo y espacio común en el que todos
concordemos, como afirmó Glucksmann, acerca de dónde habita el Mal, pero sin pretensión de
conocer la ubicación del Bien ni, mucho menos, de conducir a los otros (ese
infierno sartriano) hacia el mismo. Pero somos menos cada vez los que así pensamos o sentimos. Tal vez porque la gente
es militante de algo que le trasciende, o porque el Régimen (mundial o
nacional) va instaurando una suerte de ideología impuesta, pero como sin
imponerla. Y así agoniza el ideal del
pluralismo en favor de algo sórdido y aterrador, aunque oculto, de momento,
tras el velo de lo laudable.
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