Cuando las diatribas de estos
tiempos me ocasionan melancolía intelectual, rechazo o simple cabreo, acudo a
Hanna Arendt, como otros apelan a una biblia, un poema o una melodía. Ella nunca me falla. Reconozco que su prolijidad intelectual y
polígrafa puede resultar turbadora en la Era de las redes sociales y de la comida rápida. Pero volver a leerla aporta consuelo;
tanto si los párrafos elegidos se refieren al Totalitarismo, como si describen
la obediencia de Eichmann, sus elucubraciones no tienen desperdicio para
cualquier observador atento, y avispado, de estos días. La obediencia debida explica, en el presente,
más cosas que las que uno desearía. Por
ejemplo, el avance de esa nada de lo políticamente correcto y de la tendencia
liberticida en el seno de las instituciones, tanto públicas como privadas, de
esto que hemos dado en llamar Occidente.
Sólo hay que observar al tiempo que se lee, con la necesaria actitud, a
Hanna.
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