Después de un refrigerio frente al Atlántico en la hora del
ocaso, escribo en el hotel con una extraña impresión de irrealidad, atiborrado
de noticias sobre avispas asiáticas, sobre catamaranes que arden, sobre
incendios en Grecia, y sobre nuevos
gobernantes que tienen unos principios, y también, siguiendo a Groucho, otros
distintos, por si no sirvieran los primeros. Todo ello en un piélago digital
poblado de buenas nuevas, pero también de fake news y posverdades varias. Por
estos pagos, los urbanitas retratan la puesta de sol como si no hubiera una
cada día. Así es la canícula, como tal
vez lo fue siempre mutatis mutandis. No son las fake news un invento reciente,
sólo el anglicismo que las denomina supone cierta novedad; también la insolencia
de sus promotores, más transparentes y crecidos, creo yo, que en el
pasado. Por lo demás, las gentes pueblan los arenales
playeros y, mientras tanto, los malos están al acecho desde oscuros despachos a
los que la luz soslaya. Nihil novum sub sol.
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