Observo, con asiduidad, colas de personas brotando de algún
local que hospeda una oficina de apuestas y loterías; en esas colas, es nutrida
la representación de la edad provecta, de las cohortes demográficas que
sobrepasan los sesenta. Tal vez la explicación
sea el providencialismo propio del mundo católico, que es el nuestro, aunque
ignoro cuánto se juega en los países luteranos o calvinistas, por limitar el asunto al mundo cristiano. Pero esa fe en el azar de la providencia como
fuente de venturas y desventuras, de pobreza o riqueza, como motor de caridad y
limosna, coincidiendo con una cierta desconfianza en el esfuerzo y la
iniciativa como mecanismos de promoción social, son intrínsecos al ámbito
cultural católico. No pretendo
simplificar con una recuperación burda de Max Weber, pero es en estos mundos
del ecumenismo donde más influencia tuvo, y tal vez tiene, la doctrina
comunista, o colectivista en sentido más amplio, en sus distintas versiones. Hemos llegado de los juegos de lotería al
marxismo: un interesante punto de partida para algunas reflexiones
esclarecedoras.
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