Parece brotar, en los últimos tiempos, una propensión a la
justicia popular; la adjetivación, como siempre, pone los pelos de punta, sea
cual sea el sustantivo afectado (democracia popular, democracia orgánica,
democracia verdadera, precio justo....y otros epítetos añadidos a un nombre o
concepto). Se trata, siempre, de poner por delante la subjetividad y las emociones;
o sea, la posverdad, que es como se denomina ahora a la mentira transmitida
como propaganda masiva. Se espera, en
relación con ello, que los jueces decidan en el sentido considerado como
correcto en el ámbito de la ideología;
pero la justicia, en un régimen de separación de poderes, está
precisamente para evitar la contaminación política o ideológica del perímetro
de la seguridad jurídica. Ya sé que esa
separación de poderes no es perfecta, ni tiene nada de idílica, pero es
preferible a la irrupción del vecino, de la horda o de la red social como
elementos de decisión en los veredictos.
Pero esa parece la tendencia.
Otra muestra de los tiempos oscuros que parecen avecinarse.
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