El mar (o la mar, en femenino, como señalan los marineros) goza
de propiedades etéreas. Dormir junto al piélago, comer frente a las olas,
cualquier cosa en su presencia, resulta relajante para cualquiera, sobre todo
si es de tierra adentro. En verano, si uno
está ocioso, la observación del océano deviene en fuente de
elucubraciones. Pero no conviene adormecerse;
los enemigos de la libertad, del pluralismo y del sentido común (no olvidemos
que los malos, aunque lúcidos, mantienen una vieja alianza con los tontos) no reposan,
ni miran las olas olvidando el reloj, ni canturrean frente a la costa, sino que
continúan su trabajo de zapa. Si quieren
dormir, tienen siempre a los idiotas, que no descansan nunca y trabajan a tres
turnos.
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