Nos trasladamos, en estos tiempos, a través del espacio, con celeridad y precisión antes desconocidas.
No utilizo, y lo hago deliberadamente, el verbo viajar, porque ya no sé si se
viaja. Pero nos movemos. Dejando aparte
los largos trayectos transoceánicos o intercontinentales, lo de andar por casa
también se ha transformado. Transito,
con cierta frecuencia, el trayecto entre Asturias y Madrid en automóvil;
escribo estas líneas apenas apeado de unos de esos periplos. Pues bien. Lo que, por edad, conocí, y no hace tanto,
distaba mucho, por lo penoso, de lo que es hoy un desplazamiento simple y
rápido, gracias a las autovías y a los coches actuales. En síntesis, que podemos movernos más, y
mejor, que nunca. Por otro lado, cualquiera
se va unos días a enclaves distantes, en un turismo otrora patrimonio de una
minoría. Pero, ¿viajamos? ¿Podemos mantener el viejo mantra de que
viajar culturiza? No basta con
desplazarse por el espacio; no es el viaje cuestión de distancia, física o
cultural, sino de talante del que va y viene.
Y ese elemento, la actitud o talante, parece fallar asaz en los últimos
tiempos.
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