Visito el Museo Arqueológico Nacional; han pasado muchos años desde mi última
visita. Como es lógico, advierto los cambios, tanto en el continente
como en la distribución y esbozo del
contenido. Me demoro, sobre todo, en las
salas concernidas por lo ibero; en otro tiempo, este conjunto de restos
materiales eran la expresión, y la muestra, de la España eterna y de la raza, de esa España inmutable desde los
albores prerromanos. Hoy, esos residuos
se resaltan menos; no es que queden en segundo plano, pero se acopian como
otros despojos de nuestra Historia, en esa suerte de oscilación cíclica que
marca nuestro devenir. Sospecho que, en
otros países (nuestros vecinos del norte, verbigracia), la existencia de esa
cultura y de ese conjunto de testimonios materiales sería un orgullo
nacional. Aquí, por el contrario, ese
orgullo es una emoción casi prohibida por la inercia centrífuga de nuestra
índole actual. No obstante, recorrer
esas salas, en el edificio solemne que las hospeda, me conduce a variadas
reflexiones. Una de ellas, entre muchas,
se relaciona con la estupidez humana (Cipolla dixit)
No hay comentarios:
Publicar un comentario