El 23 de agosto de 1939, se firmó en Moscú el denominado pacto Ribbentrop-Molotov, un acuerdo
de no agresión entre Alemania y la URSS, que escondía un protocolo secreto por
el que ambas potencias se
repartían Polonia, las Repúblicas Bálticas y Finlandia; ese protocolo fue
descubierto, en 1945, tras la guerra,
pero la URSS lo negó hasta 1989. La Komintern, controlada por Stalin y con
sede en Moscú, dio órdenes a los partidos comunistas de sabotear la guerra
contra Alemania. Ello se tradujo en operaciones de propaganda de
los comunistas para suscitar el
derrotismo y justificar la invasión de Polonia. El 9 de septiembre
de 1939, Georgi Dimitrov, secretario
general de la Internacional Comunista, dirigía un telegrama a la cúpula del PCF
afirmando: “El proletariado
mundial no debe defender a la fascista Polonia.” Faltaban ocho
días para que las tropas soviéticas penetrasen la frontera oriental de Polonia,
de modo que esa consigna se
refería a la invasión alemana. Ante la reacción de los gobiernos de
Francia y el Reino Unido declarando la guerra a Alemania, Dimitrov señalaba: “los comunistas
deben declararse en contra de la guerra, dejar al descubierto su
carácter imperialista, votar en contra de los créditos militares, informar a
las masas de que la guerra traerá miseria y agravará las cadenas de la explotación.” Las acciones de propaganda de los comunistas
se centraron en dirigir la mayoría de sus críticas contra los gobiernos del
Reino Unido y de Francia, como si fuesen los auténticos culpables de la
guerra, pero nunca contra la Alemania hitleriana. No está mal que lo recordemos. No siempre las tomas de postura son lo que
parecen. Ni tampoco las equidistancias,
tan en boga estos días en España
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