Cada ámbito tiene sus lugares comunes. Los "topoi"
no sólo pertenecen al universo de lo literario, sino que están presentes
siempre en todos los mundos posibles. En
estos tiempos de abundancia, pero también de mudanza y tribulación, el orbe de
lo "progre" (¡qué vocablo!) se manifiesta a través de lo
políticamente correcto y, bajo la apariencia de lo ecuménico, deja traslucir el
mismo maniqueísmo y la misma hemiplejía moral que cualquier otro sistema de
valores. Una de sus constantes, en
determinadas ocasiones, y cuando vienen mal dadas en unos términos que no
encajan en los dogmas canónicos de la progresía, es ponerse de perfil o, lo que es lo mismo,
sumirse en una suerte de equidistancia que acaba siendo identificación con una
de las partes. Se hace por pereza
mental, por dogmatismo y, también, cómo no, por miedo, pues esa equidistancia
es expresión, consciente o inconsciente,
de un temor no confesado y, tal vez, tampoco asumido. Ya ocurrió en la Alemania de los años
treinta, o en regímenes comunistas, y continúa hoy, de forma larvada, en el
contexto del nacionalismo; éste es siempre poco amable con los discrepantes y
se entiende la disolución del temor en discursos equidistantes, pero con el
lenguaje de los verdugos.
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