Edward Gibbon resolvió
escribir sobre la decadencia de Roma “sentado meditabundo en medio de las ruinas
del Capitolio, mientras los frailes descalzos estaban cantando vísperas en el
templo de Júpiter”. Como principal hipótesis,
Gibbon defendió que, en la decadencia romana, además de factores políticos (la sucesión de príncipes
débiles y odiados, las invasiones bárbaras y la dependencia cada vez más
estrecha de los volubles ejércitos de auxiliares mercenarios), demográficos (la
disminución de la población a causa de los estragos de la guerra) y económicos
(la pérdida de las provincias tributarias de África y Egipto y la ruina de la
agricultura en Italia), influyó, principalmente, el triunfo del cristianismo, con su desprecio
por la vida terrena, su moral piadosa y su resistencia al progreso social y
tecnológico. Uno de los asuntos de su obra es tratar de explicar por qué el
Cristianismo se impuso en Roma. Y, en
relación con ello, se refiere a la
intolerancia de los cristianos, que están convencidos de que su religión era la
verdadera, a su proselitismo y moral austera, y a la unión de la nueva religión con el Estado.
Si analizamos los hechos actuales, tal vez extraigamos consecuencias. Eso es todo.
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