Socrates, el Socrates que Platón nos legó, en su Apología, se refiere a la sabiduría como
reconocimiento de la propia ignorancia, tras haber descubierto la ausencia de saber en
personajes a los que la sapiencia les era atribuida de manera pública. En relación con ello, la duda, el análisis de
la realidad y de los hechos, partiendo
del propio desconocimiento, ha venido siendo uno de los elementos básicos de la
actitud occidental, racionalista y científica frente a la realidad, nacida en
la Grecia clásica y retomada, desde la Baja Edad Media, en la ciencia
incipiente y en la Filosofía. En los
últimos tiempos, sin embargo, parece que la duda ha quedado en segundo plano. En lo político, en lo cultural, e incluso en
lo científico, se impone cada vez más, como forma de persuasión, de captación de
adeptos o de poder puro y duro, la idea de poseer un conocimiento exhaustivo,
un saber y un dictamen sobre todos los aspectos de la realidad, que otorga a quien lo acapara ( que, al final,
en la era de las redes sociales, somos todos, por descubrimiento o por repetición
de lo escuchado o leído) una suerte de capacidad infalible para diseñar el
futuro y tal vez para imponerlo. No
importan los datos ni apenas se analizan, no hay dudas, al tiempo que
predominan las emociones. Tal vez
tengamos que volver a Sócrates si deseamos escapar del totalitarismo.
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