Lucrecio, discípulo de
Epicuro, acuño el término “clinamen” para traducir del griego la voz que
utilizaba su maestro para designar la
desviación espontánea, y azarosa, de los átomos en su caída, o trayectoria,
rectilínea. Siempre me atrajo el vocablo (y su contenido), desde la primera vez
que lo oí nombrar, durante el bachillerato, en la clase de Historia de la
Filosofía. Pensé entonces: cuan audaz
Epicuro que, después de construir su pensamiento basado en el placer (o no
dolor), se quita de encima el asunto del libre albedrío con esa desviación
repentina imputada a los átomos. Parece pueril el invento para zanjar, de un
plumazo, el asunto enjundioso del determinismo, y poco propio de los
grandes filósofos. En estos días tan
inciertos, sólo espero que el clinamen forme parte en verdad de nuestro
universo.
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