Devendría prolijo forjar inventario de todas las acciones
que los liberticidas estarían dispuestos a llevar a cabo en aras de nuestro bien. Cada vez más, en las sociedades occidentales,
y de mercado, como las nuestras, nos aproximamos al viejo ideal comunista de
que se prohíba todo lo que no sea ya obligatorio. Pueden, verbigracia, obligarnos, bajo pena de
multa, a utilizar el cinturón en un auto, sin dejarlo al arbitrio del libre
albedrío de cada cual, como ciudadano teóricamente adulto y responsable de sus
actos; invocarán, los adeptos a tal necesidad, el hecho de que las secuelas, en
caso de lesiones muy graves, las paga papá Estado; pero, siguiendo esa lógica,
deberían prohibir esquiar, practicar senderismo e, incluso, caminar más rápido de
lo normal. Pero igual es ese el objetivo
último: la prohibición total y arbitraria de todo lo que se les ocurra. Libertad, ¿para qué? (Lenin dixit).
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