Podría designarse así la propensión, por parte
de una suma significativa de la población de cada época y lugar, a asimilar las
ideas, valores y sentimientos dominantes.
Igual que, verbigracia, los girasoles se orientan al sol, tendríamos los
humanos una predisposición a indagar el “sol que más calienta”,
acatando, de verdad o sólo en apariencia, el sentido común de cada
momento. Y, en los períodos críticos,
como este que nos ha tocado vivir, señalado por la deriva totalitaria, se
convierte ello en catalizador para la eliminación progresiva de libertades;
aprendamos un poco de los años treinta, por ejemplo, en Alemania, y lo
entenderemos. El “Príncipe Moderno”
del que platicara Gramsci, no es en realidad el “Partido” y ni siguiera
el Estado. Se estructura como un todo
mediático y telemático que nos va imponiendo los mantras ortodoxos; y lo vamos
aceptando, o haciendo como si lo aceptamos, progresivamente, tal vez como la
rana vertida en agua fría y calentada, hasta el hervor, progresivamente.
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