El siglo XVIII concibió, o hizo prosperar, el
mito del “buen salvaje”. Parece contradictorio que sus
inductores hayan sido, sobre todo, ilustrados sin mácula, pues propugna la
Ilustración nociones como Educación y Progreso, que no parecen
muy acordes con ese humano bondadoso en estado natural. A lo mejor, el buen salvaje era sólo el
lejano o aborigen de otros mundos distintos al europeo. Pero el buen salvaje de casa parecía tocado,
a juicio de los ideólogos de entonces, por la ignorancia y la superstición, a
las que había que combatir a golpe de instrucción y de cultura. Es decir, que ya, durante el siglo de las
luces, se podía admitir que la mano izquierda del raciocinio ignorase,
refutándola incluso, lo que infería la
mano derecha. Es el origen de una hemiplejía,
en lo racional, en lo moral, y en lo práctico, que ha llegado, agrandada tal
vez, hasta estos nuestros días.
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