Se atribuye a Bernardo de Claraval la sentencia afirmante de
que "el
camino al infierno está lleno de buenas intenciones". Aunque quien
suscribe no cree ni en el cielo ni en el infierno, la frase atesora posibilidades metafóricas. Tal vez, soslayando los medios, proyecta excesivo énfasis sobre los resultados, en una suerte de
conductismo teológico, pero, aun así, nos
puede ilustrar sobre las envolturas de nuestro presente, por aquello del "buenismo" en boga. No volveré aquí sobre Cipolla, glosado ya en
este lugar, y en más de una ocasión, su modelo sobre la estupidez humana. Pero la conclusión, en este hoy marcado por
el avance de cualquier noción liberticida acuñada en el contexto de las nuevas religiones laicas, no es otra que la reprobación de lo
rousseauniano, entendiendo que el orbe está lleno de hijos de su madre
dispuestos a las más viles acciones; en otros tiempos, practicaban la comunión
diaria y se daban golpes de pecho con
una de las manos, mientras dejaban libre la otra para sus fechorías. Hoy, mutatis
mutandis, se alinean, como sepulcros blanqueados, en el bando de los falsos
solidarios defensores de lo políticamente correcto. Es el factor
"maldad", como constante, en la fórmula de la vida y de la sociedad,
que no puede ser obviada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario