Fue el siglo XVII un período de desajustes climáticos, palpables
por un enfriamiento global que suele imputarse, principalmente, al descenso de
la actividad solar unido a la proliferación de erupciones volcánicas. Influyó
ello de manera muy negativa sobre la vida de las personas, en una sociedad muy
dependiente de la agricultura, actividad
que se vio perturbada en un contexto de pobreza, hambrunas y guerras. Se trata del "siglo maldito", que así lo designó el historiador, e
hispanista, Geoffrey Parker, en su
estudio exhaustivo sobre esa centuria.
Los coetáneos hallaron en la impiedad y el pecado a los culpables de las
mudanzas climáticas; como consecuencia, en Europa, pero también en zonas de
Asia, y tanto en el orbe católico como en el protestante, se abrió la espita de
las prohibiciones y de la imposición de la ortodoxia como vías para obtener el
perdido favor divino. Hoy nos puede
parecer risible, porque esgrimimos otras
explicaciones, como las ya aludidas de la actividad solar y de las erupciones,
pero así lo vieron en la época. Digo
todo esto porque, en nuestros días, recurrir al pecado (eso sí, revestido con
otros ropajes, pero asomando siempre la patita del reparto de sentimientos de culpa)
va imponiéndose de nuevo en la retórica de los predicadores
medioambientales. ¿Cómo lo verán en un
futuro no tan lejano?
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