"Año 532 d.C. Siete hombres huyen de
Atenas hacia Oriente con un parco equipaje de libros. ¿Cuál es su oficio?
Filósofos, los últimos miembros de la Academia, la más famosa escuela de Grecia
fundada por Platón mil años antes. La cuna de la razón occidental se había
tornado un lugar peligroso para su actividad, los soldados de Cristo buscaban
ejemplares prohibidos casa por casa para quemarlos en grandes piras -junto a
sus poseedores-, la discusión pública había sido prohibida y los frisos del
Partenón, asaltados y mutilados. Apenas nos quedan hoy palabras de aquel "grupo
melancólico", como las de su líder, el septuagenario pero aún enérgico
Damascio: "Toda mi vida ha sido barrida por el torrente"."
Catherine Nixey, en "La Edad de la
Penumbra", detalla la destrucción de mundo clásico por parte del
cristianismo. Los monjes de Cirilo, el
obispo de Alejandría, fueron tal vez el epítome de esa hecatombe, desarrollada
sobre la base del más montaraz fanatismo.
Muchas envolturas de lo clásico se incorporaron más tarde al mundo
cristiano europeo, formando parte de
nuestra civilización. Pero el cambio del
mundo clásico a la Europa medieval fue ciclópeo. Se desvanecieron, sobre todo, la pluralidad y
el sincretismo propios, primordialmente, del orbe romano, al mismo tiempo que
se imponía un lenguaje nuevo e irrevocable.
Puede que la Historia no se repita, o que lo haga como farsa si creemos
a Marx, pero no cabe duda de que concurren en ella isomorfismos evidentes. Para
hallarlos, sólo hay que sumergirse en los hechos de nuestros días por debajo de
lo aparente.
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