Aseveró
Leon XIII, el último papa decimonónico, que "la
posibilidad de pecar no es una libertad, sino una esclavitud". Ya Agustín de Hipona, seis centurias antes, había conceptuado la
"libertad para errar como libertad
para pecar". Siempre la
Iglesia, desde sus preludios, asumió el objetivo de salvarnos del pecado aunque
fuera a base de coartar nuestra libertad; desde el Bajo Imperio, cuando devino
en religión oficial, manejó esa pericia para imponer su hegemonía y zanjar todo
vestigio pagano. Esa metodología pasó a
los liberticidas contemporáneos, capaces de fusilarnos por nuestro bien, y subsiste
ahora mismo, sin desviarse un ápice del dictamen de Leon
XIII. En realidad, van cercenando
nuestras libertades, comenzando por el lenguaje, para salvaguardarnos del pecado,
identificado con las opciones plurales contenidas en el mercado y el
capitalismo; su aceptación, a juicio de
los epígonos del estalinismo (o sea, del comunismo), impregnados hoy, a veces
sólo en parte, a veces de manera total, con tintes ecológicos o
medioambientales, nos convierte en esclavos. Y de esa esclavitud quieren
librarnos, de la libertad de errar a la que se refirió el de Hipona. Hagan lo que hagan, aducen, será siempre en favor nuestro.. Es terrible, pero cierto. Preparémonos.
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