Allá por el final del franquismo, o tal vez ya en la
Transición, que no lo recuerdo, emitía TVE una serie titulada "La
honradez recompensada", escrita, dirigida e interpretada por Adolfo
Marsillach. La cabecera de la serie se
iniciaba con la imagen de un ratón en movimiento, mientras que la voz en off decía algo así como
(y cito de memoria): "había una vez
un ratón que no sabía que era un ratón; hasta que, en una ocasión, alguien
gritó: ¡Un ratón". El ratón miró a uno y otro lado, pero no vio a nadie,
porque él era el ratón". Me
viene este recuerdo en relación con la cuestión de a qué designamos progresista
en nuestros días. Observo que los
denominados progresistas de hoy se
definen así en relación con el mismo espacio de referencia de los progresistas
de finales del XIX, aquellos caballeros
de Ateneo e ideas republicanas, o libertarias, que defendían la Ciencia y el
nuevo paradigma darwiniano frente a la cerrazón de aquella Iglesia que aún
condenaba al Liberalismo, y que también tenían un vago concepto de las reformas
sociales frente a la sociedad clasista del momento. Pero ocurre que ha transcurrido desde
entonces un siglo y medio. A pesar de
ello, el progresismo se define en torno a un espacio de pensamiento similar al decimonónico, en el
contexto añadido de lo políticamente correcto.
Es decir, que, desde un concepto progresista actual, se puede combatir al propio progreso a través
de ideas aparentemente inocuas y llevadas hasta el extremo de lo religioso
(pensemos en algunos aspectos del discurso ambiental, por poner un ejemplo), en
un nueva muestra de verdad revelada y de cerrazón ante las novedades. Habría que reflexionar sobre ello para no
acabar como el ratón de Marsillach.
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