La Memoria individual emana de la voluntad, pero asimismo de
las emociones y del inconsciente. No somos un mecanismo copiador que fija los
hechos para archivarlos, tal cual, en alguna porción de su extensión física. “Lo vi con mis propios ojos” no es
sentencia tranquilizadora respecto a la exactitud de relato alguno; alguien
llegó a afirmar: “de lo que oigas, la
mitad y de lo que veas, la mitad de la mitad”. No ignoro, al escribir esto,
que vivimos tiempos en los que la imagen conduce y crea la realidad. Pero he de
advertir de que nada hay más maleable que lo icónico, pues lo de la imagen que
vale por mil palabras, además de trillado, es falsedad notoria que solemos
admitir sin pestañear. La única reconstrucción racional, y aceptable, del
presente o del pasado es la del intelecto aplicando los cánones y protocolos de
la Ciencia; el resto es literatura, ideología, impulso sectario o mera
aceptación acrítica de la verdad revelada. Si nos platican de Memoria,
acompañando el término con el adjetivo que sea, hemos de ponernos en guardia.
De lo contrario, la pulsión totalitaria emergente se extenderá como el agua,
invadiendo todo recoveco.
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