Sorprende que el embate frente a la autonomía del Poder
Judicial pase por los medios como un asunto más, como una cuestión banal y
cotidiana en el devenir de lo político.
En la Italia y en la Alemania de los años treinta del siglo XX (no
digamos en la URSS), se comenzó por ahí, por la destrucción de las
instituciones; son estas el parapeto que mantiene a raya a totalitarios y
liberticidas, siempre dispuestos, como los monjes del Cirilo patriarca de
Alejandría allá por el siglo V, a terminar con el pluralismo o la desviación
del dogma, esto es, con la herejía.
Tal vez porque, en los medios de comunicación más extendidos, predomina
una cierta índole de Izquierda indefinida y, en el fondo, se piensa que esas
instituciones, sobre todo el Poder Judicial, son un freno para la denominada
voluntad popular, de la que algunos se consideran representantes y
exégetas. Por todo ello, algo tan grave
y aterrador, que debiera ser motivo de de alarma y escándalo, se queda en
suceso propio del lógico debate político.
El problema de la Izquierda, sobre todo de la Izquierda
"cool", es su sentido de la
moralidad, entendida como realidad unívoca de la que los izquierdistas ( como
los monjes de Cirilo) son propietarios.
En ese contexto, el ataque a las instituciones sólo es nocivo cuando se
hace desde el otro lado, del equivocado, en el que habita la mitad del país, o
del orbe, que, errada o malsana, no comulga con los axiomas emanados del
"Mester de Progresía".
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