El devenir de lo presente asusta cada vez más en el plano de
lo político. Nada de lo que ocurre resulta insustancial o rutinario, sino que, por el contrario, se asemeja a una
suerte de involución que recuerda, mutatis mutandis, a lo acaecido durante los años 30 del siglo
XX; todo parece conducir, y ojalá me equivoque, a contextos más aterradores
incluso que aquellos, que conocemos hoy por los libros y las imágenes. El MAL de hoy no se parece al de entonces, y
dispone de medios más sutiles y potentes para el control, además de contar,
como receptora, a una masa creciente sumida en lo que podríamos denominar
analfabetismo funcional y político; el crecimiento e índole de esa masa se ha
trabajado a pulso a través de las reformas de los planes de educación. Así, da la impresión de estar todo a punto para un período
negro de opresión y maldad calculada: no es solo la ignorancia, es también el
desprecio por la libertad ("para
qué", siguiendo a Vladimir Ilich) y el apego al sectarismo, ese
subproducto del empobrecimiento del lenguaje, reflejo del pensamiento. De este modo, da miedo vislumbrar el futuro
desde la perspectiva de la libertad.
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