Los concilios eclesiásticos fueron, durante la denominada "Antigüedad Tardía", e incluso
después, un medio para asignar el Poder
y purgar enemigos, por el sistema de trazar los límites de la ortodoxia para
dejar fuera a réprobos y herejes; esos límites eran variables y se adaptaban al
interés de los vencedores. A caballo
entre los siglos IV y V, Cirilo, patriarca de Alejandría, pudo así desembarazarse
de su rival Nestorio, en el contexto de una supuesta discusión sobre la
naturaleza de Cristo, aunque no fuera eso lo importante. Cirilo, como otros sucesores, se rodeaba
además de una masa de monjes semianalfabetos que, olvidando el retiro del orbe
propio de su condición, ejercían la violencia, verbal o física, en caso
necesario. El caldo de cultivo para todo
ello eran los concilios. La misma
metodología utilizaron los partidos comunistas y los regímenes por ellos establecidos:
congresos del partido y claro trazado de la línea de la ortodoxia; incluso el
borrado de las fotos no fue nada nuevo, pues se basó en la condena
retrospectiva utilizada en los inicios de la Iglesia. Nos sirve asimismo el modelo para entender muchas cosas
de los años treinta. Y, sobre todo, para
explicar nuestro presente, en el que lo denominado como políticamente correcto
no es otra cosa que un asunto de ortodoxia, en el que lo de menos es el
contenido, pues se trata de dejar fuera del círculo de los buenos a un amplio
sector de nuestras sociedades. Ello
suele ser antesala del totalitarismo.
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