En
el siglo XVIII, Thomas Malthus vaticinó
la imposibilidad del crecimiento demográfico, exponencial, según él, e incompatible con el
crecimiento aritmético de los alimentos.
El futuro lo dejó en evidencia, pues los cambios técnicos y
socioeconómicos alumbraron una era de aumento casi ilimitado de la producción. Tal vez ello debiera servir como demostración
de que los problemas de población y recursos, o medioambiantales, se solucionan
más mirando al futuro que escudándose en los dulces, y apócrifos, paraísos del
pasado. Por su parte, el Club de Roma, en su informe sobre los "Límites del Crecimiento",
aseveraba en los inicios de la década de los setenta:
"Si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación,
la producción de alimentos y la explotación
de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará
los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante
los próximos cien años."
Se
trata, tal vez, de predicciones estáticas, que se basan en la situación de
partida y no en los posibles cambios futuros. En la actualidad, el medioambientalismo y la
ecolatría acientífica, postulan casi una vuelta al orbe preindustrial en una
nueva religión que niega el progreso. Y
los liberticidas, como siempre, se instalan también en esa fantasía, que acaba
convenciendo a personas aparentemente racionales. Y, así, da miedo el futuro.
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