El lenguaje y el pensamiento son, matices aparte, una misma
cosa. Hablamos o escribimos como
pensamos y el discurso caótico refleja un pensamiento también confuso. Durante el período que denominamos Alta Edad
Media, el Latín se fue deteriorando, al tiempo que perdía la precisión y claridad de la época clásica,
tal vez porque la riqueza en el pensar, los matices y la profundidad habían ido
menguando por los cambios sociales y políticos acaecidos desde el siglo V. Al fin y al cabo, el posterior renacimiento carolingio no fue otra
cosa que un intento de recuperar ese esplendor en el contexto del Imperio de
Carlomagno, que se presentaba como heredero de la Roma Antigua. Carlomagno recurrió,
para ello, a los monjes, los únicos que
dominaban la escritura y la lectura, y buscó
la colaboración de Alcuino de York , naciendo así, en Aquisgrán, la Escuela Palatina, que serviría
como base para las modernas universidades; ordenó, además, que todos los nobles y clérigos se instruyeran
en letras y aritmética. Mostraba ello la
intención de solucionar una pérdida, así como la nostalgia del mundo clásico perdido. Tal vez hoy esté también ocurriendo; se
tiene, a veces, la impresión de que el lenguaje está en declive, con
desaparición de sus matices, que son sin duda los del pensamiento, un
pensamiento que se antoja pobre y emocional (la ya manida
"posverdad") y falto del rigor que tuviera. Sólo ello explicaría alguna de las cosas que,
desde el punto de los discursos ideológicos, nos están sobreviniendo.
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