En
1972, Stanislav Andreski publicó "Las Ciencias Sociales como forma de brujería",
donde estudiaba y criticaba los procedimientos, así como la ausencia de
resultados concretos, del tipo de ciencia social que se practicaba en el
contexto anglosajón de los años sesenta y primeros setenta. Entre otras cosas, describía y mostraba como
las Ciencias Sociales inventan un suerte de jerigonza
o argot a partir del cual, y emergiendo de la oscuridad de unos postulados
abstrusos, mantienen el aspecto de Ciencia sin ofrecer resultados
mensurables. La mala noticia es, sin
embargo, que, en los últimos tiempos, eso que Andreski atribuye a las ciencias
humanas, parece haberse extendido a las llamadas ciencias naturales, en las
que, cada vez más, sus practicantes
pueden emitir sin rubor, ni miedo al ridículo, afirmaciones que dependen de la
convicción o de la ideología mucho más que de los datos empíricos. Ya no son, por consiguiente, sólo la
Historiografía, la Antropología o la Sociología; la ideología se cuela, una y
otra vez, entre las comunidades científicas de las disciplinas no humanas, mediante
datos engalanados por la sesuda jerigonza que ya vio Andreski, hace casi cincuenta
años, en las ciencias del hombre.
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