Escribió
Carl Sagan allá por 1995:
"La ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una
manera de pensar. Tengo un presagio de la época de mis hijos o mis nietos,
cuando Estados Unidos sea una economía de servicios e información; cuando casi
todas las principales industrias manufactureras se hayan ido a otros países;
cuando los increíbles poderes tecnológicos estén en manos de muy pocos, y nadie
que represente el interés público pueda si quiera comprender los problemas;
cuando la gente haya perdido la capacidad de establecer sus propias agendas o
cuestionar sabiamente a los que tienen autoridad; cuando, abrazados a nuestras
bolas de cristal y consultando nerviosamente nuestros horóscopos, con nuestras
facultades críticas en declive, seamos incapaces de distinguir entre lo que se
siente bien y lo que es verdad, nos deslicemos de vuelta, casi sin darnos
cuenta, en la superstición y la oscuridad".
Casi
no hay nada que añadir si observamos el horizonte actual, pues da la impresión
de que superstición y oscuridad se apostan de nuevo, no ya en el corazón de las redes sociales, sino también en los recovecos de la
percepción del orbe; se cuelan incluso en lo que se supone que es Ciencia,
pues hay tal vez más pseudociencias de las que se enumeran en los discursos al
uso, donde suelen aparecer la astrología o la homeopatía, pero nunca la ciencia
climática incontestable o algunos aspectos de las denominadas ciencias
humanas. Y nada más. El enunciado de Sagan lo dice todo.
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