Malos tiempos para la libertad y el raciocinio, si es que
alguna vez los hubo buenos. En ese
eterno retorno de lo ineludible, regresa lo de siempre, con ropajes nuevos para ocultar su ya vieja idiosincrasia. Una vez más, la inefable disolución de lo individual
en el caldo de lo colectivo: religión,
ortodoxia, raza, clase social...y, ahora, género, el último invento de los
liberticidas. Por poner un ejemplo
claro, el nazismo se caracterizó por encuadrar a los seres humanos a partir de
su raza, que determinaba todas sus características psíquicas y morales. Ya desde mediados del XIX, clasificar
fenotipos, medir cráneos, y demás, se
convirtió en una actividad científica y respetable. Hasta que pasó lo que pasó. También ahora se suceden los estudios,
aparentemente serios y sesudos, sobre género o desigualdad femenina, en un tótum
revolútum que desatiende los matices. Y,
al fondo de todo, el género como rasgo genético y social que determina todo lo restante,
independientemente de la voluntad de cada individuo. Ante ello, la piel se
eriza.
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