Parece evidente que lenguaje y pensamiento son una sola cosa, y que la claridad en el segundo se refleja en el primero. En estos tiempos de oscuridad sintáctica, de
anomia discursiva, de fárragos mentales e imprecisión conceptual, se echa de menos la claridad discursiva en
cada disputa. Se trata de un empobrecimiento de la lengua en
lo literario, en lo jurídico y en lo propiamente argumentativo. Se solía atribuir este fenómeno, en sus
inicios, al final de la Galaxia Gutenberg,
sustituida ya no por la de McLuhan
(qué lejos queda), sino por la era de Internet, del teléfono móvil y de las
redes sociales. Puede ser. Como en la denominada Antigüedad Tardía, cuando el Latín se fue empobreciendo, nuestros
idiomas, otrora precisos y sutiles, se tornan torpes y minimalistas. Sin matices en el lenguaje, tampoco los hay
en el pensamiento, lo que acarrea violencia, brutalidad y, lo que es peor, l fanatismo y falta de libertades. Y esto acaba de empezar.
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