No
es baladí el asunto de la posverdad. Va más allá de una simple evolución de lo
políticamente correcto y se perfila como
realidad orweliana en ascenso. Los
liberticidas, los de hoy, como los de ayer,
acaban atinando con el camino para imponerse. No se manifiestan ahora en forma de predicadores, ni llevan hábitos, ni se
presentan como adalides de la ortodoxia religiosa; en cada época, cambian su
ropaje para confundirnos, pero, no nos engañemos, están ahí para cercenar las
libertades y despojar a los humanos de nuestro rasgo más preciado, la
individualidad que nos distingue de las bestias. Toman, en este presente, la apariencia de una
Izquierda enemiga del capitalismo, pero amiga de cualquier otra causa cuyo objetivo
sea la destrucción del mundo occidental, como el islamismo radical.
Se
supone que esa Izquierda, la izquierda marxista o anarquista, como antes la
izquierda liberal, nació de la Ilustración, la cual suponía la existencia de
valores universales e independientes de la raza, la religión o la cultura. Sin
embargo, y ya durante el siglo XX, esa izquierda comenzó a admitir excepciones,
asumiendo, verbigracia, el concepto de relativismo
cultural, tal vez porque servía para
ahondar en el decrecimiento de Occidente, aunque entrase en contradicción con
los propios valores, supuestamente universales, admitidos por esa
izquierda. Y, desde entonces, se han ido
sumando unas cosas y otras, siempre en detrimento de la libertad y del
individuo, aunque revestidas, eso sí, de múltiples apariencias de bondad
transformadora.
Por
tanto, ni libertad de ni libertad para. Los liberticidas no hacen
distinciones. Simplemente odian el libre
albedrío y persiguen la creación de ese hombre
nuevo que sea un perfecto miembro de la manada, sumiso con el líder (el
Poder, el Estado, el Líder propiamente dicho...) y letal para quienes duden de
sus designios, instrumento perfecto del Leviatán frente a posibles detractores.
En esencia, colectivismo, creando para ello las inquisiciones que sean
necesarias. Y en eso estamos en estos
días confusos de posverdad, neologismo
que parece definir a la perfección a aquella mentira que mueve al mundo afirmada por Revel. Es la construcción
de un Totalitarismo inoculado poco a poco, en las dosis precisas, como la rana
echada en agua fría y calentada lentamente para evitar que salte de la olla. Los
datos son incuestionables y los liberticidas florecen sin tapujos, e incluso no
son del todo mal vistos, al tiempo que se genera un cierto rechazo hacia quienes
sí ven ese peligro y lo avisan públicamente, convertidos en una suerte de
Casandras contemporáneas.
¿
Y quiénes son esos liberticidas? Arduo es determinarlo, pero no cabe duda
de que son demasiados y que constituyen una índole que se encarna, sin solución
de continuidad, en los más diversos credos. De este modo, los
enemigos de la libertad, siempre al acecho, proponen y actúan para oponerse al
libre albedrío. De éste, sabemos que no existe, pero también conocemos
que tenemos la disposición, y el derecho, de perseguirlo. Pero ellos
acechan y buscan la manera de que no nos sea posible. Siempre ha sido
así. Pero da la impresión, en los últimos tiempos, de que, en la eterna
batalla, van ganando en todos los frentes.
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