Falta una ONG con ese nombre: “Fanatismo sin
fronteras”. Para socorrer , ya sin
tapujos, como otras, a toda la pléyade
de totalitarismos que se esconden bajo las faldas de la lucha contra la
injusticia, o contra la pobreza, que no es oro todo lo que reluce.
Sarcasmos aparte, el
fanatismo anida en muchas plazas, no sólo en las aparentes, y en muchas conciencias. No indaguéis al fanático entre los que tienen
envoltura de ello. No. Entre los de verbo cordial, aspecto
convencional y mirada afable, también hay muchos. Por acción o por omisión. Gentes que salen a cenar, que se preocupan por sus amigos y que
sonríen. Pero, en el fondo, tras una
aparente permisividad, atesoran el odio o la rigidez que lleva desde vagos
sentimientos, o desde lugares comunes en lo ideológico, al fanatismo. Por decirlo de otra manera: no confundamos a
los fanáticos con los locos. El evidente,
el que vemos venir, ese podrá serlo (fanático) pero es más que nada un cretino
o un orate. Sin embargo, los otros, los
que no lo son tan claramente, los que administran su mostrarse ante los demás,
los que van creciendo cada día en número, esos son el verdadero peligro. La mayoría lo son por omisión o por
aceptación pasiva, como ocurrió en la Alemania de los años treinta. Pero ello no les quita demérito. Hace falta pensar, más que sentir, para que
la posverdad deje de imponerse.
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